sábado, 2 de abril de 2011

Malevich, una secta y la broma desde el más allá. Consideraciones sobre iconos.

La gente utiliza el término "icono" generalmente sin tener ni idea de lo que significa. No me extraña, no me sorprende; yo mismo paso en colores de pararme a pensar en gilipolleces del lenguaje actual tales como "el punto álgido" -que creemos que significa el punto culminante de algo, y, sin embargo, viene a significar el punto de frío extremo de una cosa-, o "sublime" -que la gente emplea para calificar una ópera, una novela o una peli tipo Titanic, sin darse cuenta de que su semántica es bien distinta y hace alusión a lo terrible, oscuro, pavoroso, fantasmagórico, desproporcionado, inabarcable-, o "romántico" -que no es una cena a la luz de las velas o una luna de miel paseando en estúpidas góndolas a precio de oro (70€ por 45 minutos; 20€ si habláis en "venexian" al gondoliere de turno) por una Venecia que creéis hecha a medida para vosotros...-. Paso de ello, en serio. Pero en este caso, a la hora de hablar de los extraños acontecimientos que rodearon a la exposición del mal llamado "nuevo futurismo ruso",, donde un tipo raro de cojones llamado Malevich expuso su "cuadrado negro sobre fondo blanco", es necesario apelar a la etimología y tirar de diccionario, porque, de lo contrario, la broma, el chiste, al final, no tendría gracia. 

El concepto es "icono". El significado real -es decir, no el más reciente aceptado por la RAE- es el siguiente: "una ventana a la divinidad"; pero si no nos inscribimos dentro de la ortodoxia cristiana podríamos quitarle esos berretes teológicos y dejarlo en "una ventana al más allá". Malevich, a pesar de vivir en aquellos años el tinglado de los bolches y de los menches, del cambio de concepto de propiedad, estado... arte, se mantuvo firme en sus convicciones: flotar dulcemente inmóvil en un pseudo esoterismo artístico de vanguardia que, cuando los zares, no estaba mal visto porque cosas peores se veían en palacio -Rasputín era ya un postmoderno en plena génesis de lo moderno-, y ya en período del paraíso social, los espías soviéticos escribían que el maestro y sus discípulos desarrollaban "pinturas de circulitos y cuadrados" y, por tanto, no era ofensivo para el régimen. Arte y locura, pintura de circulitos, pintura de cuadraditos, pintura de raritos. 

Pero aún el número cómico no había hecho más que comenzar. Al fascistoide Marinetti le invitaron a la exposición "Nuevo Futurismo Ruso" y, cuando fue allá, se quedó frito, claro; normal, por otra parte, ya que, pasar de ese "verdadero" futurismo de Giacomo Balla que representaba la velocidad y la tecnología del momento a toda aquella amalgama de lienzos y tablas a base de "cuadraditos", "circulitos", "triángulos", alguna que otra línea... fue un trauma; las bases del futurismo estaban claras, fueron escritas hacía tiempo y estos rusos no habían comprendido ni media, pintaban lo que ellos pensaban que era futurismo, de oídas, claro. Pero lo que de verdad ocultaba ese "Nuevo Futurismo Ruso" era otra cosa: de haberse llamado "suprematismo ruso", el gobierno soviético hubiera hecho demasiadas preguntas; porque claro, un bolchevique oía "futurismo" y le venía a la mente un arte socialista, del futuro, un poco como todos esos fotomontajes de Lissitzky O Rodchenko; pero ese mismo camarada oía "suprematismo" y comenzaba a imaginar conjuras acerca de "supremacías", acerca de clases, acerca de tantas cosas. Por tanto, tenemos ya una exposición de título falseado en un estado comunista a la que acude invitado el ideólogo del futurismo como exaltación al estado fascista italiano. O sea, digno de Marx... De Groucho, claro.

 
Cuadrado negro sobre fondo blanco. 1915. Malevich.
En esa exposición, tiene lugar algo inquietante. Malevich cuelga su "Cuadrado Negro sobre fondo blanco" por encima de la altura recomendable, y ligeramente inclinado hacia el espectador. Esto os parecerá irrelevante, y así pareció a las autoridades del estado soviético; sin embargo, es extraordinariamente revelador. Sólo los iconos bizantinos y, por ende, de la ortodoxia cristiana, penden por encima y ligeramente inclinados sobre los fieles. Pero, si Malevich decide colocar este cuadro de esta guisa, ¿quiere decir que lo considera un icono? Exacto, Malevich lo considera un icono de la modernidad. Y, si dijimos antes que un icono era "una ventana al más allá" o "a la divinidad", ¿qué quiere decir ese cuadrado negro? ¿Nihilismo? En aquel momento hubiera podido considerarse un icono del ateísmo. Pero sólo en aquel momento. ¿Por qué? Porque en esta historia es importante lo que se piensa antes... y lo que se piensa después, o sea, eso que nos han repetido hasta la saciedad desde que éramos pequeños "un momento para cada cosa".

Pero claro, "il destino è beffardo", como dicen en Italia, y, eso en una traducción muy muy libre viene a significar que "el destino es cabrón". En este caso, es un cabroncete con gracia. En los últimos años la película de pintura negra ha comenzado a caer y,... por lo que se puede intuir, hay una pintura inferior, oculta. El golpe de efecto final del chiflado Malevich que se estará partiendo de risa en algún lugar: el icono de la modernidad, se convierte realmente en lo que conceptualmente es: el icono, que es una ventana al más allá, se convierte realmente en una ventana al más allá. No sabemos qué aparecerá; los restauradores son partidarios de dejar que caiga la película de forma natural, tarde lo que tarde; yo, por mi parte, tengo mi propia preferencia al respecto: me encantaría que apareciera Un autorretrato de Malevich con una media sonrisilla, una ceja levantada y con el dedo corazón en enhiesta y prevalente posición en un claro telegrama desde el "más allá": "¿No queríais saber qué hay más allá de la muerte?... Pues esperad a que caigan vuestras negras películas".