lunes, 7 de marzo de 2011

La visión segunda

"...Todo fue un grito en la niebla..." Franz Marc. "La visión segunda".

Es curiosa la quijotera humana. Uno piensa en la segunda guerra mundial y ve esas fotografías en color de soldados verdes de la werhmacht alemana jugando a las batallitas en campos de girasoles de las llanuras centroeuropeas contra los uniformes desafiantemente caquis y soviéticos, o a todos aquellos esforzados rangers yanquis tomando las playas normandas entre las furiosas balas escupidas a terrorífica velocidad de las MG's 42, o la estampa heroica del gran Rommel -que, como un héroe de la infancia, daba trato de camaradería a los prisioneros ingleses, australianos y sudafricanos en el norte de África, mientras en campos de alambradas la palmaban rabinos y comunidades judías a nivel industrial; Rommel que elige la fidelidad a Alemania a la fidelidad al loco, y prefiere el suicidio inducido al canalla asesinato de su familia después del mítico atentado que se convirtió en el mayor "¡Uyyyy!", como el gol que anulan a Platini contra Argentinos Juniors, de la Historia, ajenos ambos hechos a la justicia histórica- sobre su volkswagen descapotable, oteando con sus prismáticos la infinitud del desierto en esos tonos ocres, casi coloreados.

Sin embargo, al evocar la primera guerra mundial, a uno le asaltan imágenes en blanco y negro, alejadísimas, sucias, piscosas y malolientes de trincheras, de hombres sudando a base de bien entre barro, agua, cadáveres tirados sobre tierra y escombros removidos a partes iguales, como bodegones marcianos, o todos esos oficiales, tanto franceses como alemanes, vestiditos a la moda -aún- napoleónica; cuando aún la guerra era como esos juegos de mesa de estrategia en los que cada ejército tenía un color distintivo, donde lo rojo era francés, lo azul era prusiano y, de vez en cuando, muy de vez en cuando, algún inglés caqui o verde aceituna se metía atravesando entre las líneas, por casillas del tablero imposibles. La primera guerra mundial o "la Gran G" y su falsa impresión de obra de teatro, de telas ajadas y de cascos antiguos, de bigotes de kaiser y cargas a caballo de húsares sin esperanzas. Reconozco que esta imagen, a pesar de ser un tanto ilusoria y crédula, me gusta más que las descripciones de Marc, que el relato autobiográfico, desasosegante, del genial Jünger, o esa retahíla de italiano majareta que nos dejó el tarambana de Marinetti -sí, el autoproclamado poeta futurista, fascista, primitivo como un huevo y ridículo como Custer al entrar en West Point-. 

Imagen  de la exposición del "Arte Degenerado"
¿Por qué "un grito en la niebla"? ¿Qué fue o que era ese "todo"? Hay que pensar que Marc formaba parte de esa confusa e informe caterva de "wilden", de "salvajes" del expresionismo. Su círculo era el del Blaue Reuter y aquel Kandinsky que aterrizó desde las estepas rusas cuando sólo pintaba monigotes infantiles, como esos posters y collages que decoran las paredes de escuelas y guarderías, y se puso a escribir "acerca de lo espiritual" en la pintura, a hablar de las estructuras circulares, de los flujos y reflujos del espíritu. Mientras tanto, al otro lado de Alemania, en Dresde, tenía lugar el otro gran tinglado expresionista, el Die Brücke, "El puente", y aquello era otro cantar: no había demasiados textos, ni demasiadas palabrejas artistoides; allí lo único que había era niebla, eran tabernas de bohemios que bebían absenta hasta que los ojos les hacían chiribitas y se alzaban profiriendo gritos del tipo "Geist und Macht!" ("Espíritu y lucha"). Curiosamente, años después, el sabio Carl o Karl Einstein, en su libro sobre el expresionismo, al comentar el nazismo se refería a él en términos de "bohemios armados"; o sea, aquellos bohemios que, borrachos de pernod y absenta, gritaban proclamas del espíritu, "espíritu y lucha", habían tomado un fusil, dejando a un lado el lienzo y el pincel, y habían pasado a la acción política; esto lo corrobora el hecho de aquella exposición -que como todo en el expresionismo alemán, también fue un tinglado- del "Arte Degenerado", donde los cuadros expresionistas estaban ligeramente volteados, giradísimos, sobre murales con reproducciones gigantes de obras de Kandinsky; el hecho de que los nazis giraran esos cuadros sólo significaba una cosa: que ellos fueron los únicos que entendieron realmente el expresionismo, que ellos tenían las claves para hacer desaparecer aquellas nieblas que envolvían los gritos del "geist und macht!", que ellos fueron expresionistas en su día y ahora se habían enfundado los uniformes y colmado los principales puestos dentro de la oficialidad alemana, tanto en la Anherbe como en el Ministerio de Cultura. Estructuras circulares, flujos y reflujos del espíritu, espirales, ¿qué mejor forma de exponer un cuadro expresionista que girarlo? ¿qué mejor que girar un cuadro para hablar del vértigo, para hablar de lo espiritual en el arte? ¿Acaso no eran los expresionistas los que, en aquellas cafeterías de Dresde, Berlín y Munich pedían a gritos que el mundo girase, que todo eclosionase y la realidad existente se derrumbase para girarlo todo, agitarlo bien y crear sobre las cenizas un nuevo orden? Pues bien, ahí tenéis los cuadros girados, ahí tenéis a los expresionistas de uniforme entendiéndose a sí mismos años después a paso de oca.

Una gárgola francesa.
Dos gárgolas alemanas.
Por eso, la "visión segunda" o la "segunda visión", que es un tema muy recurrente en la filosofía alemana desde antes, incluso, de Goethe, es fundamental aquí: la visión segunda es ese momento de clarividencia del ser humano frente a la eternidad, o en términos cabalísticos, es cuando se retira una sefirot y aumenta la proximidad entre el individuo y la divinidad que irradia una luz clarividente; la visión segunda es Mozart imaginándose a Papageno encontrándose con Papagena, o aquel Beethoven sordo componiendo la Patética apoyando su cabeza sobre la caja del piano; también fue ese joven Jünger que, en mitad de una trinchera, nos regala una imagen monstruosamente expresionista de la Gran Guerra, "...una guerra de gárgolas...", y nos deja imaginar como una gárgola de lo postmoderno a un soldado encaramado a una escalera, un segundo antes de salir al campo de batalla, de perfil, con su máscara antigás, gárgola industrial de un mundo que se desmorona. La visión segunda de Marc es la que nos da la clave: "todo fue un grito en la niebla"; y debemos añadir que nadie lo escuchó hasta que, años después, fueron los mismos expresionistas quienes lo recuperaron girando sus propios cuadros.

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